Aire

Mi relación con Matilde comenzó a desmoronarse. Ya, al verla por nuestra casa no me inspiraba ningún sentimiento, cosa que me resultaba curiosa porque aún recordaba perfectamente como me sentía al verla unos pocos meses atrás.

Ella lo notaba y discutíamos. Palabras que ya no se evaporaban con portazos, abrazos o incluso «lo sientos». Éstas ya tampoco se curaban con el tiempo sino que incluso me hacían ser testigo, en primera fila,de como el corazón de mi esposa se ennegrecía y comprimía hasta casi convertirse en un puño. Ella sufría por no entender que nos pasaba. Yo sufría por no atreverme a decirla la verdad.

Recuerdo que las noches en las que no podía dormir iba a verte, y era allí en esa oscuridad que nos protegía y acompañados del hilillo de humo acompasado que salía de la pipa que te regalé, cuando solucionábamos todo con palabras de mañana y sentimientos de noche.

Pero no fue hasta un día, solos ella y yo durante la comida cuando decidí contarla todo siendo sincero. Muchas cosas se rompieron esa tarde menos las palabras, que con cada segundo que pasaba se hacían más sólidas e inquebrantables. No se podía volver atrás y tras por fin decirlo, con la maleta en mano, la mejilla enrojecida y sin remordimientos me echó de la casa en la que había vivido enjaulado y por fin, aspiré el frío aire de la noche tras muchos años conteniendo el aliento. 

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